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Incendios

La negligencia en el uso del fuego provoca los incendios de invierno

El sector pide que se revise la regulación para evitar malas prácticas y favorecer el diseño de paisajes mosaico de cara al verano

PILAR ARMERO AEEFOR

Lunes, 6 de febrero 2017, 16:59

En lo que va de año se han producido medio centenar de incendios en Extremadura. Un 65% en zonas de sierra, principalmente en La Vera, valles del Ambroz, Jerte, Tiétar y Sierra de Gata, quemando una superficie media de una hectárea por incendio. Nada comparable a los del verano, ni en número, ni en terreno quemado, pero son datos que constatan que hay fuego más allá de la temporada alta de riesgo y empujan al sector forestal a reflexionar sobre la necesidad de que la Junta de Extremadura tome medidas de prevención y reeducación, con el fin de minimizar riesgos.

Si durante los meses de frío las consecuencias del fuego son menos virulentas se debe a algo tan simple como la meteorología. En años con precipitaciones y humedad es raro que se produzcan, mientras que en los de sequía acumulada o anticiclón permanente, como ha ocurrido durante la última Navidad y buena parte de enero en Extremadura, aumentan. Cuando se quema matorral, su superficie subterránea congelada por las heladas minimiza los efectos negativos y, además, impide que se produzca erosión y favorece el rápido rebrote de las plantas. Cuando el fuego se produce en zonas de bajo arbolado, en invierno que es una época sin conducción de savia, los árboles soportan mucho más los efectos del calor sin sufrir mortalidad.

Circunstancias que no eximen del riesgo en ningún caso, como se ha podido comprobar en el incendio que en la cuarta semana de enero ha asolado 500 hectáreas en la sierra de Béjar, junto a la nieve de La Covatilla, a pocos kilómetros del norte de Extremadura.

Las causas de los incendios de invierno son negligencia e intencionalidad. La primera se produce por una mala praxis a la hora de hacer uso de un fuego que está regulado, legalmente permitido, porque se debe principalmente a la quema de restos agrícolas o forestales. La realidad es que se producen y que en condiciones meteorológicas adversas, como el viento, pueden convertirse en grandes fuegos, por lo que habría que revisar los usos permitidos y desarrollar campañas de divulgación que alerten sobre el riesgo.

Respecto a la intencionalidad, al contrario que ocurre en temporada alta, su objetivo no es hacer daño, sino que se debe a actuaciones como la limpieza de zonas abandonadas próximas a viviendas, creación de pastizales o eliminación de matorral para favorecer especies cinegéticas. Prácticas arraigadas, que hacen que en zonas como el Valle del Jerte, por ejemplo, se produzcan más incendios en invierno que en verano. Si no fuera así, la estadística por estaciones se invertiría.

Son incendios, en cualquier caso, que consumen los siempre costosos recursos de extinción, incluido el helicóptero con base en Serradilla que está operativo todo el año. Gastos que se podrían destinar a prevención, de ahí que desde el sector forestal se aluda a la necesidad de una regulación que equilibre la necesidad de hacer fuego en invierno, pero con una práctica adecuada, un control que ayude a conseguir ese paisaje mosaico que actúa como escudo frente a los grandes incendios en verano. Es la lectura positiva de una microgestión de los incendios de invierno que, si se dejan de lado los prejuicios, los expertos consideran que ayuda a construir el tan ansiado paisaje mosaico.

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