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José María Recho pasa con la carretilla por su plantación de Medellín
Los últimos tabaqueros de Medellín
sector tabaquero

Los últimos tabaqueros de Medellín

Antes de que llegara el tomate o el brócoli, los agricultores de la zona vivían del tabaco

ANTONIO GILGADO

Sábado, 15 de septiembre 2018, 15:28

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El camino que nace en el cementerio de Medellín y se pierde por las vegas del Ortiga está salpicado de plantaciones de tomate y de maíz. Pista amplia y con buen firme por la que serpentean los camiones hasta las cooperativas.

En este paisaje de regadío destacan los tejados elevados de las naves con huecos libres de ladrillos en lo alto. Secaderos de tabaco reconvertidos ahora en almacén de maquinaria. Testigos de la época dorada del tabaco en Medellín. En los ochenta, de este pueblo salían dos millones de kilos de tabaco y casi todas las familias tenían alguna plantación. Había casi trescientos productores y la fiebre por este cultivo se extendió hasta pueblos vecinos como Mengabril o Valdetorres.

En los noventa llegó la reconversión al tomate, mejor pagado y más mecanizado y poco a poco lo fueron abandonando.

Juan Francisco Fernández y José Recho se resisten a dejarlo. Son dos de los tres últimos tabaqueros de la provincia de Badajoz. Conocieron los años en los que el kilo se pagaba a 350 pesetas. Eran los ochenta. Ahora vale 1,50 euros -250 pesetas al cambio-. Menos precio y el mismo trabajo. Hay que seguir cortando, secando y cargando a mano.

Y en eso andan esta semana José María y Juan Francisco. Cada uno en su nave, sus explotaciones se distingue fácilmente entre las cientos de huertas del camino. Son las únicas con tabaco en la puerta.

A las siete y media en el tajo y hasta las dos o las tres colgando en el techo una por una cada mata que cortan la tarde anterior. Experimentados en el oficio, si no se entretienen, cada día pueden poner a secar ochocientas cañas. Hay que poner boca abajo veinte mil cuerpos y volver a bajarlos en noviembre, con las primeras heladas, para cortarle las hojas secas. Demasiado trabajo para un hombre solo. Y lo que es peor, demasiado trabajo para tan poco dinero.

Juan Francisco Fernández lleva meses echando cuentas y siempre llega a la misma conclusión. Está perdiendo dinero. Si no suben los precios, esta cosecha será la última. Tiene previsto sacar este año 3.200 kilos. A 1,50 euros. En bruto tiene asegurados 4.800 euros. Ahora toca restar gastos en tratamientos que requiere la planta para evitar las plagas. «Te quedan poco más de mil euros limpios después de pasarte un mes trasplantando en primavera, otro más cortando y colgando en verano y medio noviembre cortando». Prefiere no calcular a cuánto le sale cada hora que echa al tabaco.

Lo mismo le ocurre a José María. Tiene concedidos 3.100 kilos de tabaco seco. Tanto José María como Juan Francisco han respondido muchas veces en estos años por su insistencia en este cultivo.

Siguen por tradición y por fe. Los dos llevan toda la vida en el campo y saben que esto va por ciclos. Nadie se libra de los años malos. Ni el tomate, ni el maíz, ni la aceituna... Por eso hay que esperar a los años buenos.

En una zona con el regadío automatizado, noches calurosas y tantas horas de sol en verano, lo tendrían fácil para pasarse al tomate. Un agricultor, explica, podría llevar perfectamente catorce o quince hectáreas de tomate porque la mecanización les permite abarcar mucha extensión. Con el tabaco no es tan fácil, hay que trabajarlo tanto y durante tantos meses que con una hectárea ya van servidos. «Por eso casi todos aquí lo dejaron. Es más fácil de manejar y la rentabilidad se consigue a base de extensión de terreno».

Los dos miran al futuro con cierto pesimismo. Ahora, explica, toca sobreponerse a los años malos. El poco dinero que deja este cultivo les obliga a buscar otros trabajos de complemento. Miguel Ángel, por ejemplo, gestiona una explotación de tomates de catorce hectáreas y José María se incrusta cada verano en una cuadrilla de recolectores de fruta. Empieza en abril y termina en agosto. Arranca a las siete y media de la mañana y termina a mediodía por 35 euros el día. Por las tardes, se va a su pequeña explotación de tabaco para regar, cortar o secar. «Para estar parado en las esquinas del pueblo, estoy aquí, ganando algo de dinero y haciendo algo que me gusta».

Hasta hace poco tiempo, a José María le ayudaba su hija en la recolección. Ahora le ha salido trabajo y se ha quedado solo. Habla de una tradición familiar. En su casa siempre se ha secado tabaco en el doblado y toda la familia se implicaba. Su hermana venía de vacaciones al pueblo en agosto y también se pasaba los días enrollando ristras en casa.

A Juan Francisco también le enseñó su padre. Agricultor jubilado le ha recomendado a su hijo que lo deje. «Para trabajar y morirte de hambre es mejor morirte de hambre sin trabajar», sentencia.

Fernández padre empezó a cultivar tabaco cuando era niño. Cuenta que los años sesenta fueron los del algodón, el pimiento de conserva y los comienzos del arroz y el maíz. Llegaron gracias a las obras del Canal de Orellana, que permitió el desarrollo del regadío en toda la margen derecha del Guadiana en las Vegas Altas. Recuerda los aspersores y la construcción de los secaderos por todo el término municipal. «El albañil que hizo el mío me dijo que si conseguía llenarlo, nunca pasaría hambre, ahora a mi hijo se le queda pequeño y mira lo que tenemos, nada», se lamenta. Luego llegó el tomate y ahora en la zona se ha empezado plantar mucho brócoli y pimiento de cuatro caras. Los cultivos han ido pasando y el tabaco es el único que se ha mantenido en estos sesenta años. Pero cree que es cuestión de tiempo que desaparezca por completo.

Entre los tres que se resisten apenas llegan a las cuatro hectáreas de terreno. La situación, a estas alturas, la ven como algo irreversible.

No han faltado intentos por resucitarlo en la zona, pero todos han fracasado. Algunos productores incluso probaron con pasar del Burley a otra variedad que se paga mejor, pero había que secarlo al horno. La inversión del horno y el gasto del combustible arruinó todas las cuentas. Tampoco a los que probaron con extender las plantaciones y alquilar barracones para secarlo. Hay tan poco margen porque no alcanza ni para alquilar. José María y Juan Francisco sostienen los resultados porque ya tienen amortizada la inversión. Aguantan asociados a la agrupación de Talayuela, que les ayuda con la gestión de la documentación de Cetarsa y con la compra de los productos químicos. El problema es que para comprar una garrafa tienen que ir hasta allí o pedir que se la manden por mensajero, a los proveedores no les interesa moverse desde el norte de Cáceres para una o dos garrafas. Es lo que tiene resistir como los últimos tabaqueros de Medellín.

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