

JUAN CARLOS MORENO
Lunes, 19 de septiembre 2022, 18:28
En estos tiempos en los que parece empezar a abordarse de una manera más firme el desarrollo turístico del Campo Arañuelo, sería conveniente no repetir modelos actuales que quizá no sean tan acertados como se podría suponer.
Enmendándome la plana a mí mismo, creo necesario revisar en profundidad el modelo de turismo que queremos desarrollar en nuestro territorio, reconsiderando algunos planteamientos iniciales que hasta ahora dábamos por válidos. Unas reflexiones que no deberíamos desechar a las primeras de cambio por el mero hecho de no pertenecer a la línea estratégica estándar establecida.
La mayoría deseamos para nuestra comarca unos pueblos con niveles de desarrollo y servicios adecuados que hagan a sus habitantes la vida mejor, más cómoda y con las necesidades cubiertas, contribuyendo así a su pervivencia. Es decir: empleo, estabilidad y servicios. Lo que deberíamos lograr de una manera sostenible para el mundo rural, dándole el valor que se merece y que en muchas ocasiones soslayamos. Y el turismo debe de ser una herramienta más para ello, pero no el motor en el que basar la supervivencia de nuestros pueblos.
Extremadura en su conjunto, y en particular algunas de sus comarcas con mayor potencial patrimonial, medioambiental y paisajístico, llevan algunas décadas volcadas en lograr una buena porción del importante pastel turístico español. Pero para ello, quizá nos hayamos olvidado de mantener un equilibrio adecuado entre los usos y costumbres sociales y económicos de la vida rural y la explotación de los recursos y atractivos naturales de nuestras comarcas.
Esta revisión a mis planteamientos no es un cambio de rumbo caprichoso, sino que ha sido madurado en el tiempo y fruto de escuchar la opinión de voces muy relevantes para mí. Y es que lo que es bueno para unas cosas, quizá no lo sea tanto para otras.
A modo de ejemplo, en una escapada rápida a uno de los valles extremeños de mayor tirón turístico -y a pesar del buen trabajo de desarrollo y promoción llevado a cabo durante décadas-, pude comprobar los efectos que acarrea: masificación que copaba las travesías de la carretera por los pueblos (eso sí, llenando terrazas, bares y restaurantes, que no hay mal que por bien no venga) y sus alrededores, así como prácticamente cualquier rincón accesible del valle y de su cuenca fluvial. Mucha gente -a ser posible bien provista económicamente- y enorme dificultad para poder saborear el aroma de sus pueblos, de su entorno, de sus gargantas, etc. que tanto nos agradan. Amén de unos precios enfocados ya más al foráneo de visitas esporádicas o únicas que al cliente local/territorial recurrente. En definitiva, un ambiente identificado habitualmente con los destinos de playa sobresaturados.
Por desgracia no se trata de un hecho aislado. El patrón se repite machaconamente en bastantes destinos naturales o patrimoniales que han visto en el turismo masivo una sabrosa fuente de ingresos. Tanto en otros enclaves de la propia Extremadura, como del resto de España. Aunque es un fenómeno que se expande allende fronteras y que, llevado a su extremo más radical, incluso ha provocado la saturación en las dos cimas más altas del planeta, el Everest y el K2.
Efectos contraproducentes
Este modelo sin duda ha servido para lanzar económicamente a esos destinos. Pero a la larga, si no se realiza con sumo cuidado y control, puede tener efectos contraproducentes. La saturación, sumada a nuestro no siempre respetuoso comportamiento (suciedad, vandalismo, etc.), genera un indeseado deterioro y rotura de ecosistemas en entornos naturales, enclaves paisajísticos o en el patrimonio histórico y arquitectónico existentes, cuyo estado se entiende pretendemos conservar y mantener.
Además de fomentar una actitud localista e individualista que propicia una lucha feroz de cada cual, de cada pueblo, de cada territorio, por atraer cada vez a un mayor número de visitantes, a veces a costa de lo que sea. En definitiva, un deterioro del destino, cuya consecuencia es la pérdida de parte de su atractivo inicial y por ende de su interés (turístico, cultural, social).
Por tanto, frente a la masificación y sobreexplotación de los destinos, me posiciono abiertamente por un crecimiento estructural de nuestra comarca en el que el turismo sea una palanca importante, pero no la base en la que depositar todas las esperanzas de futuro. Con empresas, negocios y empleo estable que creen valor añadido, desestacionalizado y enraizado en nuestros pueblos, que den estabilidad poblacional y económica y aporten riqueza al mundo rural.
A la vez, debemos también velar por la conservación y mantenimiento de nuestro ingente patrimonio natural, histórico, arquitectónico y cultural, compatibilizando la puesta en valor con su protección, entendiendo ésta como todo lo que lo rodea (entorno, paisaje, hábitat natural, pueblos, medios de vida, etc.), huyendo de las masificaciones y, por el contrario, potenciando sus valores autóctonos para el buen uso y mejor bienestar social, manteniendo las características que le han conferido su especial valor. Un entorno saludable y protegido para el disfrute principal de los habitantes del entorno, con lo que se genera una afluencia recurrente, una mayor protección por sentimiento de pertenencia y también un flujo económico.
A diferencia de otros destinos, el Campo Arañuelo es una comarca diversa y en esa diversidad tiene su gran potencial. Debemos apostar por el desarrollo sostenible frente al oportunismo y la masificación, compaginando el uso turístico con los entornos que deben mantener su encanto por la tranquilidad, valor paisajístico, patrimonial e histórico.
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