

ANTONIO J. ARMERO
Lunes, 26 de agosto 2019, 19:31
En el año 1961 se declaró en España el último caso de paludismo autóctono, es decir, contraído en el propio país y no importado por alguien a quien el mosquito picó en el extranjero. Y ese último diagnóstico se dio en un vecino de Rosalejo (Cáceres), lo cual tenía todo el sentido, pues las comarcas de La Vera y el Campo Arañuelo fueron durante décadas el principal foco nacional de paludismo o malaria. Su clima y la abundancia de zonas húmedas eran un hábitat estupendo para el insecto que aún hoy la transmite.
Esta información está en los libros, y desde hace unos meses, también en los paneles que recorren los pasillos del centro de interpretación del paludismo, inaugurado este año en Losar de La Vera (abre lunes, martes y miércoles de 9 a 15 horas y el resto de días de 9.30 a 14.30, más los viernes y sábados por la tarde, de 16 a 18 horas). El espacio, único en el país, está en mitad del campo, a unos ocho kilómetros de la localidad, y ocupa el edificio del antiguo dispensario antipalúdico, construido en 1923 en una zona de cultivos conocida como El Robledo.
La señal que lo anuncia surge en la carretera EX-203, la que de curva en atraviesa la comarca. De entrada, el viajero puede sorprenderse al conocer la existencia de un centro de interpretación del paludismo, y quizás se pregunte qué pinta aquí un sitio como este. Cuando regrese al coche, tras haber leído los paneles y escuchado las explicaciones de Esperanza Martín, todo cobrará sentido.
Para llegar hasta el lugar, hay que atravesar Losar de La Vera, en el caso de quienes vengan desde Plasencia. Tras dejar atrás esta localidad, conocida entre otros motivos por lo artístico de los setos que hay a ambos lados de la travesía, hay que seguir hacia adelante, y aproximadamente un kilómetro después de la garganta de Cuartos surge el desvío a la derecha. A partir de él, toca circular primero por una carretera asfaltada pero estrecha durante 2,5 kilómetros, y luego unos 250 metros por una pista de arena bien acondicionada.
La entrada es gratuita, y nada más cruzar la puerta, la guía, solícita, se ofrece para acompañar la visita. Ella contará que hasta aquí venían los vecinos de la zona a recibir las pastillas amarillas (de cloroquina) que tanto les ayudaban. Y que en la cercana Navalmoral de La Mata se creó el Instituto Nacional Antipalúdico (donde hoy está el palacio de justicia), el centro de referencia nacional en la lucha contra esta patología que mató a Tutankamon, a Teresa de Calculta, a Lord Byron o a San Agustín. También a Carlos V, que vivió el último año de su vida en el monasterio de Yuste, a 20 minutos en coche de este centro que aún es mayoritariamente desconocido en la región.
El recorrido permite conocer que hubo una época en la que Extremadura entera estuvo salpicada de centros antipalúdicos parecidos al que se ha recreado en este museo, en la sala Antonio Nieto 'Manguilla', que fue el guarda del edificio y cuyos hijos han quedado tan agradecidos por el recuerdo a su padre que escribieron una carta que figura enmarcada en la puerta de esta estancia.
Un 'selfie' de otra época
En ella, el visitante puede hacerse una foto con un atuendo que hoy resultará gracioso, en particular a los más jóvenes, pero que en la primera mitad del siglo XX vestía mucha gente por la calle sin dar pie a murmuraciones. Consiste en una red blanca agujereada, al estilo de las mosquiteras, que se sujetaba por arriba a un sombrero y por abajo a un pañuelo anudado al cuello. Con esto y unos guantes, más los pantalones, el calzado y la ropa de manga larga, el cuerpo entero se protegía de la posible picadura del insecto 'Anopheles', que transmitía una enfermedad que podía ser mortal.
Aún hoy lo es. No en España, pero sí en otras partes del mundo, principalmente en el África subsahariana. Queda constancia de ello en otra de las salas del centro de interpretación, la dedicada a transmitir la realidad actual de esta patología. La idea de los promotores de este espacio es que atraiga a distintos perfiles de turistas: biólogos, historiadores interesados en Carlos V, familias... Para estas últimas se han ideado recursos como la charca que hay en el exterior, en la que se pueden pescar -y acto seguido devolver al agua, claro- gambusias, que son los peces que se esparcieron por charcas, pozas y gargantas de la zona, porque su voracidad les llevaba a devorar las larvas del mosquito cuya temida picadura daba inicio a un proceso infeccioso que no siempre terminaba bien. En la zona, la gambusia era más conocida como «el pez del paludismo». Así se le explica al visitante que llega hasta este centro que acaba de echar a andar.
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