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«Si el tabaco desaparece, yo me arruino»

Una de las 10.000 familias que ahora viven del producto narra la necesidad de que este cultivo no desaparezca

ELOY GARCÍA

Lunes, 29 de febrero 2016, 09:45

El sustento de más de 10.000 familias pende de un hilo, el mismo hilo que sostiene el cultivo del tabaco, cuya continuidad en España está seriamente amenazada durante los últimos años. Se trata de un concepto aparentemente sencillo, pero que parece no entenderse en otras latitudes. Y precisamente entender la importancia del cultivo del tabaco, más allá de los perjuicios que su consumo pueda causar para la salud y de polémicas surgidas en torno a éste, es lo que puede trasladar la historia de los Zabala, una familia que suma varias generaciones de tabaqueros.

Y es que la otra cara de la moneda de este producto es eminentemente social. Durante décadas miles de familias -en los años ochenta superaron las 20.000- han conseguido su sustento gracias a su cultivo, cuya producción nacional se centra en el norte de la provincia de Cáceres, más concretamente en el valle del Tiétar, principalmente en las comarcas de Campo Arañuelo, y sobre todo la Vera, donde la mayor parte de su población lleva décadas viviendo de la producción tabaquera, y por ende manteniendo el tejido económico y social de la zona.

Precisamente en una de las poblaciones de la Vera, Losar, tiene su asiento la familia Zabala Domínguez, que ya suma tres generaciones haciendo que esta planta siga creciendo y generando riqueza. A sus 78 años de edad, Ángel Zabala rememora cómo sus padres se dedicaban a la agricultura. Ya entonces, en las primeras décadas del pasado siglo, la tabaquera (planta del tabaco) estaba muy presente en sus vidas. «Recuerdo que cultivaban varias cosas: pimientos, cacahuetes, algodón... y también tabaco, claro», enumera mientras va contando con los dedos.

Ángel narra como era la vida antaño en el campo, muy diferente a la de ahora, mientras comparte un café y unas pastas con su esposa, Eusebia Domínguez, y el menor de sus tres hijos, Tomás. «La vida era mucho más dura que ahora. Todo el trabajo era a mano, solo con la ayuda de caballerías. El tabaco se ponía con una estaca, se binaba con un zacho (especie de azada pequeña utilizada para quitar malas hierbas) y se regaba con azadón», relata.

De aquellos tiempos, aun siendo duros, tanto Ángel como Eusebia (los padres de ésta se dedicaban a la ganadería) guardan buenos recuerdos. «A pesar de ser todo tan trabajoso pienso que tal vez se viviese mejor que ahora, porque al menos sabías que al final te quedaba algo de dinero. Pero ahora con eso de que si el tabaco es malo, que si no se puede poner... Al final se lo quieren llevar casi regalado, y así no se puede vivir porque trabajas sin saber si sacarás algo de dinero o no», lamenta.

Al expresar este regusto agridulce mira a Tomás, el menor de sus hijos, quién decidió continuar con la explotación familiar, mientras que sus hermanos mayores, Ángel y José Manuel, optaron por otros sectores. Ambos residen actualmente en Cáceres, pero no olvidan que los estudios (los dos completaron con éxito carreras universitarias) les facilitaron buscarse la vida fuera del pueblo, y que ambas carreras se pagaron con las ganancias del tabaco, fruto del esfuerzo de sus padres.

De ahí lo agridulce de sus palabras. Dulces porque uno de sus hijos continúa con la explotación familiar, ubicada en la finca losareña El Robledo, y agrio porque ve como año tras año Tomás se ve obligado a embarcarse en millonarias inversiones para adecuar su plantación a las exigencias del mercado, cada vez más modernizado y mecanizado con el objetivo final de mejorar la calidad a la vez que se abaratan los costes de producción.

El testigo, a Tomás

Lejos queda ya el enlace entre Eusebia y Ángel, quienes se casaron cuando contaban 23 años de edad, en 1962. Fue entonces cuando empezaron con su propia explotación, con varios cultivos, que finalmente fue exclusivamente de tabaco. De las dos hectáreas iniciales para la variedad Burley (popularmente conocido como tabaco negro) pasaron a cinco de Virginia (rubio) en el año 1985, fruto de una de las muchas reconversiones que ha sufrido el campo, con el consiguiente desembolso económico para empezar a mecanizar las labores y para la construcción de nuevos secaderos de tabaco.

En ese momento quedaron en desuso los antiguos locales con numerosos agujeros que facilitaban el secado a temperatura ambiente, dando paso a los secaderos de aire forzado (popularmente conocidos como estufas), en las que el secado ya se hacía de manera controlada y en tan solo una semana. «Por aquel entonces nos gastamos un montón de dinero en la dichosa estufa, que hoy ya no se utiliza, y en traer una línea eléctrica de alta tensión hasta casa, que hacía falta», lamenta Ángel.

Los lamentos tienen su por qué, que no es otro que las continuas inversiones que se vienen haciendo en la misma plantación «porque lo exige el mercado», a pesar de los duros momentos que viene atravesando el cultivo durante los últimos años. Aquí interviene Tomás, señalando que en los 16 años que lleva al frente de esta explotación ya ha invertido más de 200.000 euros en un nuevo centro de secado, motores de riego, máquina para repelar, un nuevo tractor... «¡Claro que necesito que prosiga el cultivo del tabaco, porque ya me dirán entonces para qué hemos hecho tantas inversiones!», exclama. «Yo lloré cuando nos dijo que quería seguir con el tabaco, porque no quería que llevase la vida que hemos llevado nosotros», apostilla Eusebia, a la vez que Ángel vuelve a tomar la palabra. «Es un trabajo más, tan digno como cualquiera. Lo que no nos gusta es que cada vez vaya a peor y ver como trabaja sin apenas sacar beneficio», concluye.

Situación actual

Mientras Tomás muestra su explotación y las últimas inversiones realizadas, explica que comenzó con 21 años de edad, cinco hectáreas de terreno y 15.000 kilos de producción, y espera llegar este año a los 34.000, pues ha aumentado la superficie a cultivar hasta las nueve hectáreas. «Antes de ser autónomo tuve otros trabajos, pero opté por este porque me gusta la libertad del campo, así que decidí aprovechar todo lo que ya tenía montado mi padre y continuar», señala.

A pesar de los escollos que encuentra, del precio de venta y del escaso margen no se arrepiente de la opción elegida, si bien es realista. «Tal y como estamos ahora da para vivir, lo justo, sin caprichos. Con solo un céntimo que bajara... sería inviable», aclara. Explica que ahora se está vendiendo entre 2,2 y 2,3 euros el kilo, mientras que en la década de los 90 superó ampliamente los 3 euros. En cambio en este mismo periodo el precio de los insumos (como el gasóleo, fitosanitarios, etcétera) ha doblado e incluso triplicado su precio

Para concluir, insiste en que su esperanza, su objetivo, es que el cultivo continúe para que les dejen trabajar en lo que siempre han hecho. «Yo lo que quiero es seguir. No solo porque tengo ilusión, que tengo mucha, sino porque si el tabaco desaparece yo me arruino. En cambio todos los años tenemos que hacer alguna nueva inversión», concluye.

Mientras nos despedimos recibe una llamada telefónica. Son sus hermanos, desde Cáceres, quienes no quieren dejar pasar la ocasión sin manifestar el agradecimiento hacia sus padres por una vida de trabajo y dedicación, a la vez que expresar su convencimiento de que este cultivo no puede desaparecer en la zona. «Si acabaran quitándolo..., ¿a qué se dedicarían tantas y tantas familias? Sería la ruina», sentencian.

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